Donde las sombras tiemblan


Música recomendada para la lectura: Pachelbel-Canon

Llegué a mi casa asombrado y a la vez contento por lo que vi. Fui a mi escritorio, me senté en mi cómodo sillón y cogí mi mejor estilográfica. Dispuesto estaba a escribir la curiosa escena que, aunque duró breves instantes, se grabó en mi mente.

Un deseado “sí quiero” destruyó el silencio, al igual que ese beso destruyó la fría muralla de timidez de aquel chico, que en pocos segundos se dejó llevar sin importarle miradas ajenas.

Pero para contar esta historia empezaré por el principio, cuando una inocente mirada se posó en los ojos de aquella joven.

La primera vez que me encontré con esta pareja, no se conocían, ni yo a ellos. Ella era la camarera del café donde me encontraba. Su largo pelo moreno descansaba sobre sus hombros. De ojos claros, con la piel morena, de nombre, Marina.

Él era un joven y ajetreado universitario, Jaime de nombre, tímido de nacimiento. Su pelo corto y alborotado, parecía un nido en su cabeza. Tan concentrado en sus asuntos, no parecía consciente de su alrededor hasta que sus ojos tan marrones como su pelo se encontraron con los de la camarera.

En ese cruce de miradas, él, en los ojos de ella encontró ese brillo especial del cual quedó prendado al instante, y ella en los de él, unos ojos inocentes y algo tímidos; no obstante, le pareció una persona interesante, con la cual llegaría a tener una bonita amistad. Al separar sus miradas, ella le sirvió su humeante café con leche y lo dejó absorto en sus pensamientos. Él simplemente suspiró, se acercó a la barra, pagó y se fue con la certeza de haber encontrado al amor de su vida. Yo, también me fui.

Pasaba todos los días al lado del café para ir y volver del trabajo, y cada día, ahí estaban ellos. Marina atendía las mesas y siempre, una de ellas era la de Jaime.

Él cada vez que ella se acercaba, se ponía algo más nervioso que de costumbre. Apenas hablaban y lo único que los unía era un café con leche. A Marina, cada vez le gustaba más ese joven que todos los días se acercaba a tomar café y que por culpa del mismo, estaba tan nervioso; o al menos eso creía ella.

En cambio, Jaime necesitaba enfrentarse a su vergüenza para pedirle algo más que su cremosa taza de 1 euro.

Hasta que un día lo hizo. Pasado un tiempo de mi primer encuentro con ellos, los vi charlando en el parque más cercano a mi despacho, debajo del puente donde antaño cruzaba un caudaloso río, que solo los más ancianos de la ciudad llegaron a ver, del que ahora solo quedaba un pequeño caudal cristalino que parecía que llevase en sus aguas diminutos diamantes.

Para él, dar el paso de quedar con ella, era como saltar de un rascacielos esperando aterrizar a una colchoneta de dudosa resistencia a aguantar la caída.

Siguieron pasando lentamente las semanas y no sé si era un capricho del destino o simple casualidad que me permite escribir lo que estas leyendo justo ahora, pero Jaime y Marina aparecían juntos allá donde yo iba.


-Hacen buena pareja- pensé uno de los días que los encontré en el parque.-Aunque para estar tanto tiempo juntos, el chico sigue nervioso al estar con ella-.

Y efectivamente, así era. Ellos hablaban y reían la mayor parte del tiempo, pero a veces, se quedaban mirando como se acostaba el sol dejando paso a la anaranjada luz del atardecer y, más tarde, a la joven luna que mostraba su reflejo en el río, o lo que quedaba de él. En esos momentos, era cuando Jaime se incomodaba más; sin poder disfrutar de aquellas maravillosas vistas.

Pero... esto no podía seguir así siempre. Él no quería que solo fuese una bonita amistad. Sin embargo, tanto como quería ser algo más que amigos, tanto temía estropear todas esas semanas si ella lo rechazaba. A Marina, le gustaba estar con Jaime, ella sabía que él era más que un cliente muy habitual y también quería ser algo más que una de sus amigas.

-¡Ojalá cada uno hubiese sabido lo que pensaba el otro!...- reflexioné mientras encendía una antigua vela que tenía guardada, ya que estaba atardeciendo y temía quedarme a oscuras mientras escribía. Podría haber encendido la luz, pero me relajaba la calidez que transmitía e incluso me animaba a seguir escribiendo.

-De haberlo sabido, todo, habría cambiado; y yo, posiblemente, no estaría narrando este relato- pensé mientras me volví a sentar y observaba la temblorosa luz de la vela.

Y, como en todas las novelas románticas, el protagonista masculino se lanzó, pero esto no era ficción, era real. Tan real, que lo vi con mis propios ojos durante el transcurso del tiempo.

Una de las noches que Jaime regresó a su casa, tras un largo día de exámenes y varios días sin verla, un golpe de valentía conquistó su corazón como los ojos de Marina lo conquistaron en su primer encuentro con ella; en el cual hubo una lucha interna de sentimientos donde el perdedor fue su timidez y miedo a ser rechazado, quedando su valor como claro vencedor.

Cogió su teléfono móvil y escribió uno de esos mensaje donde la “h” era mutilada de cualquier palabra y las tildes no existían, en la cual, a veces era necesario descifrar los mensajes; haciendo llorar a los grandes escritores. Sin embargo, esta vez Jaime le escribió un mensaje totalmente claro y concreto. “Quiero verte, te espero mañana en el puente, encima del parque a las 12”.

Y así fue. Allí estaba ella, con su pelo suelto ondeando levemente por la brisa de esa primaveral mañana de mayo. Su expresión relajada y alegre resaltaba su hermosa cara y su hermoso vestido celeste. Se encontraba apoyada en la barandilla del puente esperándolo. Él no tardo en aparecer. En su cabeza, su pelo estaba todo lo mejor peinado que podía estar, en una mano llevaba un ramo de delicadas rosas, en su cerebro lo que pensaba decirle y en su corazón todo el cariño y el afecto que saldría de sus palabras, siempre y cuando consiguiese hablar.

-¡Qué guapa estas hoy!- le dijo Jaime a Marina. Ella respondió con una amplia sonrisa y un “gracias”.

-¿Por qué querías verme hoy con tantas ganas?- preguntó ella impaciente.

Entonces, él no pudo reprimir durante más tiempo sus sentimientos y se declaró. O mas bien, la declaró culpable de toda su alegría y su amor. Mientras él se desahogaba después de tener en secreto todos sus sentimientos, a ella se le llenaba la cara de pequeñas lágrimas de la emoción, al mismo tiempo que la gente se paraba alrededor de la pareja ante aquella situación.

No pude escuchar el final de su discurso, ya que estaba algo lejos y la gente acumulada no paraba de murmurar. Solo pude escuchar el sincero “sí quiero” de Marina tras las palabras de Jaime, que se encontraba tembloroso esperando la deseada respuesta.

Los dos se fundieron en uno solo gracias al abrazo que Marina le dio mientras lo besaba y las personas reunidas lanzaron al cielo palabras de exaltación y sorpresa. Después de esto, seguí mi camino.

Y aquí acaba esta historia, donde las reales protagonistas eran sus miradas, lo verdaderamente importante de todo esto.

Yo, terminé de escribir en mi habitación, donde, gracias a mis antiguas velas, las sombras tiemblan y la tinta de mi pluma se seca marcando el punto y final a esta bonita historia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Así empezó todo...(1)

Un mes no son solo 30 días, son 92 momentos felices

En un mundo de pescadores nunca faltan las cañas

"¡¡Andaluh, cuenta un chiste!!"